quinta-feira, 5 de julho de 2018

Proteger nuestro planeta para protegernos a nosotros mismos


Entender mejor los grandes desafíos a los que nos enfrentamos es esencial para que, entre todos, podamos tomar decisiones sin miedo. Una reflexión de los responsables en la FAO de la colección 'El Estado del Planeta'

Un niño en Mingkamen (Sudán del Sur).
Un niño en Mingkamen (Sudán del Sur). 
En el primer libro de esta colección [El Estado del Planeta,compuesta por 11 tomos] hacíamos un análisis preliminar de la situación del estado de la Tierra. Veíamos la botella medio llena si nos ateníamos a los avances que han mejorado el bienestar general en este último siglo.
Avances que se han concretado en logros como la disminución de la mortalidad infantil, la reducción significativa del hambre y la pobreza o los altos índices de alfabetización en el mundo (hoy el 85% de las personas saben leer y escribir).
Ahora bien, al mismo tiempo, si cambiábamos el foco, veíamos la botella medio vacía. Y aquí aparecían los desafíos más graves a los que se está enfrentando la humanidad desde que tiene conciencia de ser tal.
Nos referimos a los diferentes retos que se abordan libros de la colección El Estado del Planeta: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, la escasez de agua o el hambre y la obesidad, solo por citar algunos.
En todos ellos encontramos un denominador común: la acción devastadora del ser humano. Por decirlo de una manera más cruda: nos hemos convertido en la fuerza de la naturaleza más destructiva que haya existido jamás.
Lo más interesante y esperanzador es que la solución depende de nosotros. Frente a todos y cada uno de los desafíos, conocemos los límites. Necesitamos, por ejemplo, que la temperatura de la tierra no aumente en más de dos grados Celsius; conservar al menos el 90% de la biodiversidad (el 43% de las especies se encuentran ya amenazadas) o mantener cerca del 75% de los bosques originales de la tierra (hemos bajado a un 62%).
Pero además de conocer los límites a algunos desafíos, también conocemos la solución a otros; sabemos, por ejemplo, cómo podríamos acabar con el hambre en el mundo. O sea, que, como primera conclusión, podríamos afirmar que depende de nosotros si queremos llenar esa botella medio vacía antes de que se haga añicos y salte todo por los aires.
Depende de nosotros. Esa es la razón por la que el último libro de esta colección lo hemos titulado de la siguiente manera: ¿Qué puedes hacer tú?
En este libro hemos recogido todas las acciones que están en nuestras manos para afrontar cada uno de los desafíos mencionados. Pequeños gestos para reducir el cambio climático en casa; para conservar la biodiversidad cuando viajas, para evitar el desperdicio de agua o para recordarte lo que puedes hacer para alimentarte de manera sostenible y saludable.
Son pequeñas acciones, claro que sí, pero todas juntas suman mucho. Muchísimo. Mucho más de lo que podríamos imaginar. Para poder cambiar el mundo (nuestro planeta incluido) antes es necesario conocerlo. Saber en qué estado se encuentra.
Por eso dedicamos la primera parte del libro a recoger los mejores mapas que se han publicado en los libros anteriores. La idea era tener una visión lo más global y transversal posible sobre el estado de nuestro planeta. En definitiva, es necesario primero tomar conciencia para después tomar decisiones.
Depende de nosotros el llenar esa botella medio vacía antes de que se haga añicos
La científica y Premio Nobel Marie Curie dejó escrito que “no hay nada en la vida que debamos temer, solo debemos entender”. Pues bien, ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos.
Ese ha sido el espíritu que nos ha guiado al equipo que ha trabajado en esta colección: queríamos entender mejor los grandes desafíos a los que nos enfrentamos para que entre todos podamos tomar decisiones sin miedo.
Se suele decir que cuando le das al botón de pausa en una máquina, esta se detiene. Pero cuando le das al botón de pausa en un ser humano, entonces es cuando se pone en marcha. Empiezas a reflexionar, a reconsiderar tus supuestos, a imaginar de nuevo lo que es posible y, lo más importante, a reconectar con tus convicciones más profundas.
Creemos que ha llegado el momento para que reflexionemos sobre cómo queremos relacionarnos con el planeta. La manera en la que usamos sus recursos. Nuestra manera de consumir. La forma en que queremos comunicarnos, aprender, trabajar, relacionarnos.
Porque lo que cada vez está más claro es que protegiendo a nuestro planeta nos estamos protegiendo a nosotros mismos.
Enrique Yeves es director de comunicación de la FAO y Pedro Javaloyes es director de publicaciones de la agencia. Ambos dirigen la colección El estado del planeta, editada por EL PAÍS y la FAO, que analiza los principales retos a los que se enfrenta la humanidad. Cada domingo se entrega un volumen con el periódico por 1,95 €, y los 11 tomos también se pueden conseguir aquí.
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El presente sin futuro

El presente sin futuro

Hay que recuperar la capacidad de imaginar un futuro no solo donde podamos vivir, sino donde queramos vivir

El presente sin futuro
Sabemos que el futuro es el resultado del presente. Pero con frecuencia olvidamos que el presente también es el futuro que somos capaces de imaginar. Agotado en sí mismo, el presente se vuelve insoportable. El gran desafío actual es justamente cómo imaginar un futuro que no sea una distopía. El malestar que vivimos hoy no es un acontecimiento cíclico, como algunos creen, sino una esquina histórica sin precedentes en la trayectoria humana, formada por tres grandes crisis: la climática, la de la democracia y la digital.
La crisis climática ocurre cuando los humanos dejan de temer la catástrofe para convertirse en la catástrofe que temían. Marcada por fenómenos ocasionados por nuestra especie, como el calentamiento global, y agravada por eventos políticos como Donald Trump, también ocasionados por parte de nuestra especie, la posibilidad de que el planeta se caliente menos de dos grados centígrados hasta fin de siglo es escasa. Al contrario. Nos estamos dirigiendo a los tres grados centígrados. Aunque la gente no consiga nombrar el malestar que ya siente en los huesos, se llama cambio climático y corroe la vida cotidiana.
Si en cada país la crisis de la democracia presenta particularidades, el sentimiento común es el de la incapacidad del sistema democrático para promover mejoras concretas en la vida de la mayoría. Una parte significativa de la población ha dejado de creer en la democracia como promotora de justicia social. Y, al hacerlo, se abstrae de la política, acelerando el proceso de destrucción del sentido de comunidad. La antipolítica es contar solo como uno. Quien cuenta solo como uno no cuenta.
Internet no ha cambiado la humanidad, sino que la ha revelado. Y sin escalas, de un desgarrón. Con la idea distorsionada de que se puede decir “todo”, descubrimos por las redes (anti)sociales lo que antes se restringía al pensamiento. Al arrancar las ilusiones de la humanidad sobre sí misma, Internet ha causado una herida narcisista. Esas ilusiones cumplían un papel esencial en el pacto civilizador. Quizá dentro de algunas décadas conoceremos la dimensión de los efectos de esta ruptura.
¿Cómo enfrentar esta triple frontera de la humanidad? Para moverse hay que recuperar la capacidad de imaginar un futuro no solo donde podamos vivir, sino donde queramos vivir. Con imaginación, más que con esperanza, podemos refundar la democracia y reinventar la política. También con imaginación seremos capaces de recoser las ilusiones necesarias para la vida en común y retomar la propia idea de comunidad en un mundo bloqueado por muros. Y con imaginación tendremos que buscar una manera de adaptarnos a la nueva realidad climática del planeta.
Imaginar no es escapar, sino crear realidades. Del amor al móvil, no existe nada que antes no se haya imaginado. El desafío globalizado no es recuperar la esperanza, sino la imaginación.

La tragedia ambiental en la Amazonía: acaparamiento y corrupción

COLUMNA

La tragedia ambiental en la Amazonía: acaparamiento y corrupción

En 2017 fueron deforestadas 219.000 hectáreas de bosque, lo que supone un aumento del 23% con respecto a 2016

El Gobierno Colombiano ha dado a conocer el informe sobre deforestación en Colombia. La cifra es sencillamente increíble. Fueron deforestadas 219.000 hectáreas de bosque, lo que supone un aumento del 23% con respecto a 2016, año en el que la cifra llegó a poco más de 178.000 hectáreas. Otro de los datos es que al dividir el país en regiones naturales, se observa que en prácticamente todas disminuyó la deforestación, menos en la región amazónica, donde aumento vertiginosamente.
En la andina se pasó en 2016 de 45.000 hectáreas deforestadas a poco más de 37.000 en 2017. En la región Pacífica, se pasó 29.000 a 13.000 hectáreas en el mismo periodo. En el Caribe, de 24.0000 a 15.000. En la Orinoquía permaneció estable en poco más de 9.000 hectáreas deforestadas en cada año. Pero la Amazonía pasó de 70.000 hectáreas de forestadas en 2016 a 144.000 en 2017. Una verdadera tragedia. Al desagregar más los datos, se logra ver que solo tres departamentos del país, ubicados en el sur, en lo que se conoce como la puerta de la región amazónica, tienen cerca de 130.000 hectáreas deforestadas en 2017. 
Además, cuatro municipios de estos departamentos concentran la mayoría de la deforestación del país con poco más de 70.000 hectáreas. A excepción de la Amazonía, en las demás regiones del país, la estrategia del Ministerio del Medio Ambiente y en general del Gobierno nacional, sumado a un proceso de educación social, han permitido disminuir la deforestación y comenzar a contrarrestar los efectos de la misma.
Sin embargo, al indagar por la Amazonía y las razones del aumento de la deforestación se encuentran dos grandes respuestas con un trasfondo. Por un lado, miles de hectáreas de selva se destruyen para la praderización y con ello la acumulación de tierras. Durante el proceso de investigación, se encontró que trabajadores foráneos llegan a zonas de frontera agrícola, armados con motosierras, para destruir selva. Luego proceden a cercarla y meten algunas vacas para disimular el acaparamiento de tierras.
Una segunda explicación de la deforestación se refiere a la expansión de los cultivos de uso ilícito. Igualmente, cientos de hectáreas han sido destruidas para sembrar coca. La cifra de Naciones Unidas indica que Colombia estaría con poco más de 176.000 hectáreas de hoja de coca, la más alta de la historia.
El trasfondo es la corrupción. Todo parece indicar que la mayor deforestación en el 2017 obedece al acaparamiento de tierras. En estas zonas antes dominaba la guerrilla de las FARC. Ellos regulaban, eran como los jueces en estos territorios. Por ejemplo, dentro de las normas sociales que imponían, los foráneos no podían comprar tierras, una familia solo podía tumbar una hectárea de selva cada tres meses, la mitad era para cultivos de pancoger [conforme a la reforma rural] y la otra mitad para sembrar hoja de coca. Ahora, con la dejación de armas de esta guerrilla, el caos se tomó gran parte de la ruralidad colombiana.
Campesinos del Guaviare indican: "La semana pasada llegaron 30 trabajadores a tumbar selva y no los conocemos, dicen que vienen de parte de los patrones". En tan solo unos días se alcanzan a destruir hasta 100 hectáreas de selva amazónica. Por esa misma zona, también se destruyó selva para hacer una trocha o carretera no pavimentada. Se le denomina La Trocha multimodal que va del municipio de Calamar hacia el municipio de Miraflores. Al preguntar a los campesinos por la trocha y los patrones, dicen que esa fue una promesa de campaña política y todo indicaría que detrás del acaparamiento de tierras estarían políticos y ganaderos de la región, obviamente con testaferros. Además, las entrevistas y el trabajo en campo también indican una fuerte corrupción por parte de la Fuerza Pública en la región. Las imágenes son desoladoras y las autoridades judiciales poco hacen ante esta tragedia.