quarta-feira, 26 de abril de 2017

El oscuro sendero de matar al planeta


Estos son las columnas que uno nunca quiere escribir. Porque queremos ser positivos, porque miramos para delante y todo eso está muy bien. Por eso, en los días en que celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra, nos llenamos los oídos, ojos y sensaciones de todo lo que debemos hacer para cuidar al planeta.

25/4/2017

Escuchamos cerrar las canillas, reciclar, secar la ropa al sol, cambiar las lámparas por ecoamigables, utilizar pilas recargables y muchos otros buenos consejos.


Pero también debemos mirar nuestro ombligo y reconocer todo lo que, paralelamente, estamos haciendo mal. En ese sendero, no sólo no nos detenemos, sino que tampoco nos damos cuenta del abismo que se acerca. Ahí decimos, irresponsablemente, “eso que anuncian de que subirá la temperatura, que el mar se elevará un metro, eso, es para el 2100 y yo ya no estaré”. Expresión más egoísta, no se puede hallar.


Por tanto, hoy quiero poner énfasis en esas cosas (algunas solamente) que estamos haciendo mal y así hacer campaña y detener esta locura autodestructiva que padecemos.


Empecemos por la polución que es una triste realidad; hay ciudades en las cuales es casi imposible respirar aire puro, y por culpa del smog que flota en el ambiente, sus habitantes no saben lo que es apreciar un cielo nocturno estrellado. La gente sufre enfermedades respiratorias, asma crónica y alergias, debido a la cantidad de partículas que están suspendidas en el aire y a los gases contaminantes emitidos por las industrias y los coches.


Con respecto a la basura, la desidia del ser humano no tiene límites a la hora de deshacerse de los residuos que él mismo genera al consumir. Pero este no es un mal que se circunscriba a las ciudades, ya que en la cima del mundo, en el Monte Everest, los escaladores han dejado una muestra patente de la falta de consideración generalizada y el desinterés por el cuidado del Medio Ambiente.


Es tanta la basura acumulada en las diversas etapas del ascenso a la montaña más alta del mundo, que las autoridades han tenido que tomar medidas extremas y obligar a los escaladores que al bajar traigan al menos 8 kilos de desechos (suyos y ajenos), con el fin de “limpiar” este increíble y casi inaccesible lugar.


El nivel de contaminación que sufren las aguas de nuestro planeta, en especial las fuentes de agua dulce es tan dramático, que los elementos tóxicos han llegado a las capas freáticas más profundas. Esto implica que los detritos (legales e ilegales) industriales, los restos de pesticidas y hasta los desechos cloacales, penetran en la tierra y también han logrado envenenar el agua de abajo hacia arriba durante décadas.


Con respecto a la deforestación, allí donde hay árboles, el ser humano únicamente ve la posibilidad de talarlos y vender la madera, y luego usar las tierras para cultivos, en vez de preservar ese tesoro natural en bien del resto de la humanidad, que crece diariamente y necesita de la oxigenación del aire para vivir.


Y ahora tenemos la basura electrónica porque el afán de tener el mejor móvil, la tablet de última generación o la computadora más rápida, genera una ingente cantidad de residuos que es muy difícil de reciclar o destruir. Los países desarrollados han tenido la “genial idea” de vender esos desechos a países emergentes ávidos de trabajar en lo que sea y de esa forma ciudades como Guiyu en China, el barrio de Agbogbloshie en la capital ghanesa de Acra y Lagos, la capital de Nigeria (por nombrar algunas), se han convertido en verdaderos basurales electrónicos.


Estamos recorriendo el oscuro sendero de destruir a la Madre Tierra y al hacerlo creemos que sólo se trata de ser felices, de ser prácticos y de pensar en el hoy, aunque en este día avancemos un centímetro más en ese camino difícil de revertir. Si leemos más acerca de lo que hacemos y de lo que deberíamos hacer, o las dos cosas en su conjunto, quizás tomemos conciencia de lo que nos está pasando. Al revés del avestruz, sacaremos nuestra vida del hoyo en la que la metimos y afrontaremos la realidad de lo que nos pasa. Sin tener que esperar 100 años más para ver la sutil manera de autodestruirnos.

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