“Los pies de media luna”, o cómo conseguían que no les crecieran los pies a las niñas en China
Desde el ejercicio físico, la peluquería, los rayos UVA o la
depilación, pasando por medidas más extremas como la ortodoncia dental o
la cirugía estética,
los seres humanos pasamos por un sin fin de esfuerzos, dolores y molestias con el objetivo de ser más bellos.
Pero la belleza, como hemos visto en otras ocasiones,
es una construcción social que varía en función de la época y la cultura.
En la antigua China, por ejemplo, las mujeres sufrían un dolor intenso en la búsqueda de la belleza
ya que vendaban sus pies desde niñas para hacerlos más pequeños, una cualidad muy valorada por los hombres de la época.
Conoce todos los detalles sobre los llamados
“pies de loto” y las increíbles torturas que las mujeres chinas padecieron durante mil años para satisfacer este fetiche.
Os advertimos proseguir con prudencia, ya que las imágenes pueden herir la sensibilidad de algunos lectores.
El origen de una dolorosa tradición.
“Se ha lavado los pies con agua de loto y repliega su
pierna para anudar sus botines; cuando levanta sus dedos blandos y
delicados, pone sus pies vendados suavemente en el suelo y avanza con
paso grácil dejando su aire perfumado como una golondrina; su paso es
doloroso y la luna brilla al son de las flautas de jade; piensa a menudo
en su amor de antaño y se dirige, sin embargo, hacia las dependencias
imperiales”.
“A mi querida”, Texto erótico de época Ming (1368-1644)
Cuenta la leyenda que todo comenzó en el palacio del emperador Li Yu
de la dinastía Tang (618–907), cuando una cortesana muy bella que
destacaba en el arte del baile vendó sus pies para que estos adoptaran
la forma de la media luna y así poder bailar grácilmente sobre el
pequeño escenario con forma de una flor de loto, fabricado en oro, joyas
y perlas que adornaba el salón del emperador.
Al hacerlo, la cortesana pudo bailar con bellos movimientos y
el emperador se enamoró locamente de ella y la colmó de regalos y
gozos. Inmediatamente, todas las mujeres del palacio quisieron
imitarla, comenzando a vendar sus pies para moverse más elegantemente y
enamorar a los hombres, quienes parecían enloquecer ante tan diminutos
atributos.
La carrera por conseguir los llamados “pies de loto” institucionalizó
la práctica del vendado de pies, un doloroso proceso que podía llevar
años con el objetivo de deformar y empequeñecer los pies femeninos.
Aunque el súmmum era conseguir tener unos “pies de loto dorado”,
unos pies diminutos que debían medir sólo siete centímetros y reunir
las siguientes características: ser delgados, pequeños, puntiagudos,
arqueados, perfumados, suaves y simétricos.
Trescientos años más tarde, la cultura había asumido este rasgo de tal forma que
las
mujeres de pies grandes no estaban bien consideradas. En cambio, las
mujeres con los pies pequeños tenían las mejores perspectivas de
casamiento y o de prostituirse con los clientes más ricos.
Los “pies de loto” se habían convertido en sinónimo de elegancia, feminidad y alto estatus,
un oscuro objeto de deseo que podía cambiarte la vida.
Cuando la belleza es una tortura.
“Una cara bonita, es un regalo del cielo, un par de pies bonitos es trabajo mío”.
Proverbio Chino.
Y ese duro trabajo empezaba
a la edad de cinco o seis años,
cuando las madres de las pequeñas iniciaban el ritual del vendado,
siempre que la familia pudiera permitirse mantener a una hija sin
trabajar.
Vendar los pies a una hija suponían una importante perdida económica,
ya que las niñas quedaban impedidas para trabajar, por lo que las
familias menos pudientes no podían permitírselo.
Un pequeño ritual astrológico revelaba la fecha propicia para dar
inicio a esta tortura. Llegado el día, la familia ofrecía a los dioses
pasteles de arroz para que éstos permitiesen que los pies de su hija
fuesen tan suaves como esos delicados dulces.
En primer lugar, la madre cortaba las uñas de su hija al máximo y
procedía a poner los pies en un baño de hierbas aromáticas, sangre
animal y agua caliente,
con la intención de desinfectar, ablandar y suavizar la piel.
Después la madre comenzaría con un masaje, durante el cual le
rompería los cuatro dedos pequeños del pie. Acto seguido y entre gritos
de dolor,
replegaría los dedos bajo el pulgar con la ayuda de un vendaje de algodón blanco.
Luego utilizaría un segundo vendaje para replegar el empeine hacia el
talón arqueando el pie. Por último colocaría un pequeño botín
puntiagudo que la niña llevaba durante todo el día.
Este ritual
se repetía cada dos días con vendas limpias y durante 2 años, pasados
estos, los pies no debían medir más de 10 centímetros.
Durante los siguientes 10 años, los pies se mantenían aun vendados,
aunque cada vez que se repetía el vendaje, las vendas se apretaban
menos.
Desde el momento del ritual y durante los primeros seis meses a dos
años, la hija sentiría un dolor insoportable, hasta que el nervio del
pie se atrofiara y muriese. Llegado ese momento, parte del
sufrimiento cesaría, aunque las dolores y molestias de espalda asociadas
a esta práctica la acompañarían toda la vida.
Cuestión de sexo.
La razón de que las mujeres soportaran semejante dolor era la promesa
de una vida mejor junto a un marido satisfecho, ya que en realidad
quienes sentían verdadera admiración por los pies eran ellos.
Existieron más de cincuenta y ocho expresiones para clasificar y
describir los “pies de loto”, lo cual nos da una idea de la gran
perversión que existía en torno a ellos.
Algunos de los nombres eran tan pintorescos como:
pétalos de loto, luna nueva, bóveda armoniosa, sombra de bambú y castaña de agua. Además, se distinguieron tres calidades:
los pies gordetes, los pies ligeros y los pies perfumados, y se estableció
una escala del uno al nueve que iba de lo ordinario a lo sublime.
El fetichismo y la erótica de los “pies de loto” era tal, que algunos
hombres llegaban a mojar los pies vendados en una tetera con el
objetivo de endulzar el té y otros utilizaban los zapatos para beberlo.
Los pies vendados eran por tanto la parte más intima de la mujer, por
encima de las nalgas o el pecho. Cuando un hombre quería seducir a una
dama,
dejaba caer su pañuelo al suelo con la intención de rozar su pies al recogerlo.
Si la mujer no se enfadaba, el pretendiente podía pasar al siguiente paso, cogerla en brazos o besarla.
Al fin y al cabo, la práctica estaba destinada a estimular el deseo
sexual de los hombres que, al tocarlos, experimentaban, al parecer, el
mismo placer que un occidental al acariciar unos senos.
Algunos estudiosos de la época llegaron incluso a buscar razones
fisiológicas que justificaran esta atracción sexual, estableciendo que
las mujeres con los pies vendados tenían los muslos más redondeados. Sin
embargo los estudios de hoy en día defienden una postura más basada en
en razones fetichistas.
De fetiche a vergüenza.
Tuvieron que pasar más de 10 siglos para que el símbolo más
característico de la identidad femenina en la China tradicional, fuera
prohibido en 1911.
El cambio de pensamiento, el gobierno comunista y la influencia extranjera
comenzaron considerar la costumbre de vendar los pies como algo insano y bárbaro, y como obstáculo para la modernización del país.
Poco a poco las mujeres de las regiones costeras, identificándose con
las posturas europeas, rechazaron esta tradición hasta que en 1957 se
vendaron por última vez los pies de una niña china, extinguiendo por
completo, tan cruel práctica.
Hoy quedan muy pocas mujeres con los pies deformados por el vendado.
La mayoría de ellas son muy ancianas y casi todas sienten vergüenza.