Cómo el PT dejó de ser el partido más aclamado de Brasil para convertirse en el blanco de las mayores
El 20 de junio de 2013 cientos de simpatizantes del Movimiento Pase Libre (MPL) tomaron la avenida Paulista, en São Paulo. Celebraban la caída del aumento en la tarifa del transporte público, una victoria de la ola de protestas que duró 13 días y se extendió por todo el país. Detrás de la masa iba un pequeño grupo de militantes del Partido de los Trabajadores (PT), que habían participado tímidamente en los actos, avergonzados por el aumento decretado en la ciudad por un alcalde del partido.
Al dar los primeros pasos, los militantes del PT fueron rodeados por hombres que se autodenominaban "antipartido".
Después de una discusión acalorada, agarraron la bandera roja del PT y la quemaron. En protesta contra el gesto, los simpatizantes del MPL se retiraron con los militantes del PT y las manifestaciones brasileñas, que aún se prolongaron durante semanas, pasaron a ser protagonizadas, aunque no exclusivamente, por un grupo más conservador, el mismo que este domingo exigirá la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
La batalla en la avenida Paulista fue simbólica, pero demostró que el PT ha perdido su puesto como líder de las movilizaciones populares que había conquistado en las décadas de los 80 y los 90. Acosado por denuncias de corrupción, el PT ve ahora un discurso de odio en las calles pidiendo la salida de Rousseff a raíz de la crisis política y económica.
El desempleo y la inflación crecientes aumentaron la decepción de los brasileños con el partido, que ya era alta desde que las investigaciones sobre el caso de corrupción en Petrobras destaparan una trama de sobornos y desvíos que ha llevado a la cárcel a una de sus figuras míticas, el exministro José Dirceu, y al extesorero nacional João Vaccari Neto.
Una caída al infierno después de años de luna de miel con la población. En marzo de 2013, tres meses antes de las primeras protestas multitudinarias que llamaron la atención del mundo, el PT era la formación preferida de un 29% de los entrevistados por el Instituto Datafolha. El Gobierno de Rousseff también navegaba con marea a favor: era considerado excelente o bueno por un 65% de las personas entrevistadas, un índice apalancado por los programas sociales, como Bolsa Familia, y por los índices positivos de la economía.
Sin embargo, este mes, cuando el instituto dio a conocer su última encuesta sobre la popularidad de las formaciones políticas, solo un 9% de los brasileños afirmaron que preferían el PT, que todavía llevaba la delantera, aunque pegado a siglas identificadas con el conservadurismo, como el Partido Movimiento Democrático Brasileño (representado por el vicepresidente de Rousseff, Michel Temer) y el Partido de la Social Democracia de Brasil (del expresidente Fernando Henrique Cardoso), ambos con un 6% de las preferencias, un nivel similar al que mantienen desde 1989.
El apoyo al PT de hoy es prácticamente igual al del Gobierno Rousseff, considerado bueno o excelente por apenas 8% de los brasileños, según las últimas encuestas, un rechazo récord desde la redemocratización brasileña en 1985. La crisis económica por la que pasa Brasil, que perjudica principalmente a los mas pobres, obligó a Rousseff a entrar en la ruta de las políticas de austeridad similar a la aplicada – y criticada varias veces en el pasado por la mandataria – en la Eurozona después de 2009.
"El PT, que surgió como el partido de los pobres, de la ética y de las transformaciones sociales, abandonó esos propósitos al llegar al poder, en 2003", afirma Frei Betto, uno de los fundadores del partido, amigo de Lula y coordinador, durante el primer Gobierno del PT, del programa Fome Zero, embrión de Bolsa Familia, el sistema de ayudas económicas para ciudadanos con pocos ingresos . "El PT se alejó de sus bases y adoptó una política de consumismo populista, en vez de promover su objetivo de organizar a la clase trabajadora", añade.
Al suceder a Lula en 2011, Rousseff trató de mantener la misma política económica, pero ‘estiró’ demasiado la cuerda, haciendo más gastos públicos de los que podía para que Brasil siguiera consumiendo y la economía, girando. Los efectos de este exceso de optimismo fueron visibles este año, cuando se instaló la desconfianza sobre la capacidad de Rousseff de manejar la economía. La mandataria se vio obligada a incorporar a su equipo a Joaquim Levy, un ministro de Economía más identificado con las políticas neoliberales, para promover el ajuste fiscal, una paradoja para los defensores de su Gobierno.
Si las denuncias de corrupción convirtieron al PT en blanco de sus opositores y movimientos de derecha, el ajuste de Levy, que promovió recortes de gastos y una alza de impuestos y tarifas públicas, sonó como una traición para los partidarios del partido.
Como un último suspiro de confianza y ante lo que creen que sea una amenaza mayor, un frente de la izquierda formado por movimientos sociales y sindicatos promete volver a las calles el próximo día 20, cuatro días después de la movilización a favor de la destitución de la presidenta. Para evitar la vergüenza de que se les acuse de defender ciegamente al Gobierno, insisten en enfatizar que pedirán respeto a la democracia, pero también el fin del ajuste fiscal.
Nenhum comentário:
Postar um comentário