Reproduzo abaixo artigo de Carlos Alberto Montaner
sobre a derrota do kirchnerismo, um dos braços do populismo
sul-americano. Maurício Macri, o presidente eleito da Argentina, pode de
fato conduzir a Argentina ao século XXI, além de encabeçar um movimento
continental em favor das liberdades - algo que, vergonhosamente, o
Brasil não tem condições de fazer sob a estupidez ideológica do partido
totalitário:
La
victoria de Mauricio Macri en Argentina es el triunfo del sentido común
sobre el discurso crispado y fallido de las emociones. Es, también, el
arribo de la modernidad y el entierro de una etapa populista que debió
desaparecer hace mucho tiempo.
Hay
una exitosa manera de gobernar. Es la que se emplea en las 25 naciones
punteras del planeta, donde debiera estar Argentina, donde estuvo en el
primer cuarto del siglo XX. La esperanza de todos es que Macri encamine
al país en ese rumbo.
¿Cuáles
son esas naciones? Las que consignan todos los manuales rigurosos,
desde el Índice de desarrollo humano que publica Naciones Unidas hasta
el Doing Business del Banco Mundial, pasando por Transparencia
Internacional. Son una veintena de compilaciones y da igual cómo se
crucen: a la cabeza siempre comparecen los mismos.
¿Cuáles?
Los sospechosos habituales: Noruega, Inglaterra, Suiza, Canadá,
Alemania, Estados Unidos, Holanda, Dinamarca, Japón, y el consabido
etcétera. ¿Cómo lo hacen? Con una mezcla de respeto a la ley, reglas
claras, fortaleza institucional, mercado, apertura comercial, razonable
honradez administrativa, buen nivel educativo, innovaciones,
competencia, productividad y, sobre todo, confianza.
A
veces los gobiernos son liberales, democristianos o socialdemócratas. A
veces se combinan en coaliciones. Pese a las disputas, todos forman
parte de la extendida familia de la democracia liberal. Lo que suelen
discutir en las elecciones no es la forma en que se relacionan la
sociedad y el Estado, sino el monto de la presión fiscal y la fórmula
distributiva del gasto social. No se juegan en las urnas el modelo
económico sobre el que descansa el aparato productivo ni el modelo
político que organiza la convivencia y garantiza las libertades. En eso
están de acuerdo.
Son
naciones, en fin, sedadas, sin sobresaltos, sin ruido de sables ni
rumores de caos, maravillosamente aburridas, en las que las voces
antisistema son demasiado débiles para tomarlas en cuenta, y en las que
se pueden hacer planes a largo plazo porque es muy difícil que la moneda
pierda su valor súbitamente o que el gobierno te secuestre los ahorros
en un infame e ilegal corralito.
Eso
no quiere decir que no surjan crisis y burbujas especulativas, o que
algunos, como Grecia, hagan trampas y haya que sacarles las castañas del
fuego. Claro que ocurren, pero se superan y la economía se recupera sin
que se rompa el juego democrático. Son los ciclos inevitables que se
producen en los mercados libres, en los que la codicia, cada cierto
tiempo, distancia a compradores y vendedores. Las naciones punteras han
aprendido a superarlos y seguir adelante.
Todos
esperan que Mauricio Macri se desplace en esa misma dirección por el
bien de los argentinos, pero, tratándose del país mayor y mejor
instruido de América Latina, puede aventurarse que su triunfo va a tener
notables consecuencias en todo el continente. Por lo pronto, es muy
importante que Argentina haya abandonado la deriva chavista en que la
introdujo el kirchnerismo.
El
triunfo de Macri va a repercutir en las elecciones venezolanas del 6 de
diciembre próximo, a las que la oposición democrática llegará con la
certeza de que tiene un nuevo y valioso amigo que se negará a convalidar
el fraude que prepara Maduro, y mucho menos la opresiva junta
cívico-militar con la que ha amenazado si las urnas le son adversas.
Va
a tener efectos sobre el panorama electoral brasileño, fortaleciendo a
las fuerzas de centroderecha que se oponen a Lula; y sobre el chileno,
cuando la señora Bachelet, cuya popularidad está en el suelo, convoque a
unas nuevas elecciones en las que no podrá ser candidata.
No
sólo Mauricio Macri, como acertadamente señala Joaquín Martínez Solá en
La Nación, es la expresión del relevo generacional que el país
necesita, con hombres y mujeres que no sufrieron el trauma de la
dictadura militar ni la barbarie guerrillera de la oposición armada,
sino que puede ser quien encabece en América Latina la lucha por la
democracia y las libertades. Alguien que conduzca al país a ese siglo
XXI que empezó hace casi 16 años, y lo saque del viejo pantano populista
en el que lo atascó el peronismo hace muchas décadas.
Pocos
gobernantes han comenzado su mandato con tantas ilusiones nacionales e
internacionales puestas en su gestión. Tiene un gran país que merece a
un gran presidente.
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