El índice Bovespa de São Paulo cierra con una pérdida del 2,77%
El primer aviso de lo que le espera a la presidenta Dilma Rousseff,
del Partido de los Trabajadores (PT), reelegida de forma ajustadísima el
domingo para la presidencia de Brasil, vino en forma de previsibles
estadísticas bursátiles: el índice Bovespa, que registra la fluctuación
de las principales empresas brasileñas, se desplomó en cuanto abrió la
sesión en São Paulo, a las nueve de la mañana de ayer: el índice reculó
un 6%, aunque, una hora más tarde, recuperó dos puntos y cerró con una
pérdida del 2,72%. El real, la moneda brasileña, se depreció un 2,5% con
respecto al dólar y tocó mínimos desde 2008 y las acciones de
Petrobras, la mayor empresa pública del país, un termómetro fiable de la
confianza de los inversores en la marcha de la economía brasileña,
llegaron a hundirse casi un 16%, aunque al final de la jornada cerraron
con una caída del 12,6%.
Era la respuesta esperada de los mercados a la reelección de Rousseff, a la que castigaron, sobre todo, por sus medidas intervencionistas y porque, a su juicio, no acomete las reformas que ellos consideran necesarias y urgentes.
Los expertos aseguran que estos mismos mercados van a mantenerse muy nerviosos (y con tendencia a la baja) durante las semanas que vienen, a la espera de que la presidenta Rousseff concrete su programa económico para los próximos cuatro años o, al menos, indique quién va a ser su nuevo ministro de Economía y así saber por dónde van a ir los tiros.
Rousseff ya abrió el melón de las especulaciones cuando adelantó, a lo largo de la larga y dura campaña electoral, que el actual responsable de las finanzas brasileñas, el criticado y polémico Guido Mantega, no lo seguirá siendo.
La economía estancada de Brasil, que este año no crecerá más allá del 0,3%, será el principal desafío de Rousseff. Durante su anterior mandato, el país se ha estirado a una media exigua de un 1,6%. Y muchos expertos advierten que el modelo concebido en la era Lula (2002-2010), adoptado después por Rousseff, basado en el estímulo del consumo de las clases medias y bajas, entre otras cosas, está agotado.
La presidenta, durante la campaña, achacó el frenazo económico, entre otros factores, a la recesión mundial y recordó siempre que el país tiene una tasa de paro que ya quisieran para sí muchos: un 5%.
Pero el domingo, una hora y media después de saber que había sido reelegida, en un discurso en un hotel de Brasilia, habló de reformas y de cambios: “Algunas veces, en la historia, los resultados apretados producen cambios más fuertes y más rápidos que victorias más amplias. Ésta es mi esperanza.
O mejor, mi certeza de lo que va a ocurrir a partir de ahora en Brasil”. Anunció que en los próximos meses dará “más impulso” a todos los sectores económicos, sobre todo al industrial, cada vez más alicaído en el país. Y añadió que “con urgencia” se embarcará en una cruzada para virar el rumbo económico y que Brasil vuelva a crecer.
Rousseff venció con un 51,64% contra un 48,36% de su rival, Aécio Neves, del más conservador Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Una ventaja muy corta, la más corta de la historia democrática reciente del país.
La nueva presidenta es consciente, pues, de que, además de ganar por un pelo, la inmensa mayoría de los brasileños (todos los que votaron a Neves, pero también muchos de los que la votaron) pide un cambio. Y así lo confesó ella: “Toda elección tiene que ser vista como una forma segura y pacífica de cambio”. Y luego añadió: “Quiero ser una presidenta mucho mejor de lo que he sido hasta ahora (…) Hoy estoy más fuerte, más serena para la tarea que me habéis encomendado”.
Además de la economía, cuyo éxito se reflejará no sólo en los vaivenes de la bolsa y en los índices de crecimiento, sino en la lucha para que la inflación no vaya más allá del 6,5% actual, ya alto, Rousseff deberá ocuparse de reformar la política, una medida prometida por todos y postergada siempre.
El ingobernable congreso brasileño, con 28 partidos de ideología no sólo confusa sino variable, convierte el ejercicio de la política parlamentaria brasileña en un laberinto.
Rousseff parece determinada a acabar con esto de una vez. En su discurso, habló de la reforma política como la más importante reforma que debe acometer su Gobierno. Y prometió un plebiscito. “De esta manera vamos a encontrar la legitimidad exigida en este momento de transformación”.
Otro tema que emponzoñó la campaña política y al que Rousseff deberá hacer frente es el de la corrupción, cuyo epicentro se encuentra en la gigantesca petrolera pública Petrobras, objeto de obras millonarias y donde, a juzgar por las acusaciones de varios inculpados, han existido sobornos a políticos y desvío de dinero a partidos, entre los que se cuenta el PT, en el poder desde hace 12 años.
Rousseff no sólo tendrá que luchar contra este nido de corrupción, sino también librarse de las acusaciones que, en la recta final de la campaña, una revista contraria a su candidatura, Veja, lanzó contra ella al asegurar que estaba al tanto de lo que ocurría en la empresa. Rousseff, simplemente, se limitó a denunciar a la revista y a catalogarla de “terrorismo político”. Eso sí, en su discurso del domingo (y a lo largo de toda la campaña) se comprometió a acabar con las tramas corruptas que sacuden el país.
Era la respuesta esperada de los mercados a la reelección de Rousseff, a la que castigaron, sobre todo, por sus medidas intervencionistas y porque, a su juicio, no acomete las reformas que ellos consideran necesarias y urgentes.
Los expertos aseguran que estos mismos mercados van a mantenerse muy nerviosos (y con tendencia a la baja) durante las semanas que vienen, a la espera de que la presidenta Rousseff concrete su programa económico para los próximos cuatro años o, al menos, indique quién va a ser su nuevo ministro de Economía y así saber por dónde van a ir los tiros.
Rousseff ya abrió el melón de las especulaciones cuando adelantó, a lo largo de la larga y dura campaña electoral, que el actual responsable de las finanzas brasileñas, el criticado y polémico Guido Mantega, no lo seguirá siendo.
La economía estancada de Brasil, que este año no crecerá más allá del 0,3%, será el principal desafío de Rousseff. Durante su anterior mandato, el país se ha estirado a una media exigua de un 1,6%. Y muchos expertos advierten que el modelo concebido en la era Lula (2002-2010), adoptado después por Rousseff, basado en el estímulo del consumo de las clases medias y bajas, entre otras cosas, está agotado.
La presidenta, durante la campaña, achacó el frenazo económico, entre otros factores, a la recesión mundial y recordó siempre que el país tiene una tasa de paro que ya quisieran para sí muchos: un 5%.
Pero el domingo, una hora y media después de saber que había sido reelegida, en un discurso en un hotel de Brasilia, habló de reformas y de cambios: “Algunas veces, en la historia, los resultados apretados producen cambios más fuertes y más rápidos que victorias más amplias. Ésta es mi esperanza.
O mejor, mi certeza de lo que va a ocurrir a partir de ahora en Brasil”. Anunció que en los próximos meses dará “más impulso” a todos los sectores económicos, sobre todo al industrial, cada vez más alicaído en el país. Y añadió que “con urgencia” se embarcará en una cruzada para virar el rumbo económico y que Brasil vuelva a crecer.
Rousseff venció con un 51,64% contra un 48,36% de su rival, Aécio Neves, del más conservador Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Una ventaja muy corta, la más corta de la historia democrática reciente del país.
La nueva presidenta es consciente, pues, de que, además de ganar por un pelo, la inmensa mayoría de los brasileños (todos los que votaron a Neves, pero también muchos de los que la votaron) pide un cambio. Y así lo confesó ella: “Toda elección tiene que ser vista como una forma segura y pacífica de cambio”. Y luego añadió: “Quiero ser una presidenta mucho mejor de lo que he sido hasta ahora (…) Hoy estoy más fuerte, más serena para la tarea que me habéis encomendado”.
Además de la economía, cuyo éxito se reflejará no sólo en los vaivenes de la bolsa y en los índices de crecimiento, sino en la lucha para que la inflación no vaya más allá del 6,5% actual, ya alto, Rousseff deberá ocuparse de reformar la política, una medida prometida por todos y postergada siempre.
El ingobernable congreso brasileño, con 28 partidos de ideología no sólo confusa sino variable, convierte el ejercicio de la política parlamentaria brasileña en un laberinto.
Rousseff parece determinada a acabar con esto de una vez. En su discurso, habló de la reforma política como la más importante reforma que debe acometer su Gobierno. Y prometió un plebiscito. “De esta manera vamos a encontrar la legitimidad exigida en este momento de transformación”.
Otro tema que emponzoñó la campaña política y al que Rousseff deberá hacer frente es el de la corrupción, cuyo epicentro se encuentra en la gigantesca petrolera pública Petrobras, objeto de obras millonarias y donde, a juzgar por las acusaciones de varios inculpados, han existido sobornos a políticos y desvío de dinero a partidos, entre los que se cuenta el PT, en el poder desde hace 12 años.
Rousseff no sólo tendrá que luchar contra este nido de corrupción, sino también librarse de las acusaciones que, en la recta final de la campaña, una revista contraria a su candidatura, Veja, lanzó contra ella al asegurar que estaba al tanto de lo que ocurría en la empresa. Rousseff, simplemente, se limitó a denunciar a la revista y a catalogarla de “terrorismo político”. Eso sí, en su discurso del domingo (y a lo largo de toda la campaña) se comprometió a acabar con las tramas corruptas que sacuden el país.
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